A ti que me escuchas
y fuiste testigo de una sinceridad
a la que ahora le temo
y fuiste testigo de una sinceridad
a la que ahora le temo
Yo le cuento mis cosas a todo el mundo, espero transmutar mi realidad en una pantomima hilarante, en una escena del teatro de mi vida, donde todo es comedia, donde todo es muy superficial. Y así fue como te lo conté, aunque tú me leíste entre líneas, entre una mueca triste, que en la noche se hacia tristísima. Reaccionaste como yo no pude, con la ofensa que te lleno el rostro, lamentando la decisión que se lamentaba en mi casa, profetizando lo que Dios profetizaba, “eso no durará”.
Escarbamos juntos capas de resistencia, analizamos los problemas que prefiero llamar situaciones, los de mis padres, los de mi hermano, los del pasado y la fuerza que nos dejaron. Estaba nervioso, muy triste, muy preocupado, insultando por insultar, derramando lisura de una boca entreabierta, y tú ofendida “no hables así”.
Mas, así pasa, como pasa el transito y el eco de los cláxones. “Mierda, cuanta bulla”. Y tú, con otro “no hables así”. Como seguía diciendo, así pasa, se habla de los problemas; perdón, situaciones, para acallar su alarido. Aunque familia es familia, y no se este de acuerdo, aunque padres son padres y no se este, mucho menos, de acuerdo. “Mierda, discúlpame, es la última vez”.
Y pasa la noche, tan rápido que asusta, y uno se muestra tan sincero, que teme, y uno observa las bondades de una gran charla, de alguien que te escuche, que te escuchen cuando no intentas pantomimas hilarantes, ni disfrazas nada, ni intentas divertir. De que pena, pero así es, de las bondades de la empatía, de situaciones difíciles ya lejanas, de la fuerza que te llena ahora el pecho. De que fuiste una ayuda enorme con sólo saber escuchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario