19 de diciembre de 2010

Seguro

¿Seguro que esta vez es seguro?, desde julio que ofrecen contratarte, te dicen: “seguro que de este mes no pasa, no te preocupes”, ¿estás seguro de creerles otra vez?, seguro que esperas un sueldo muy gordo y jugoso, seguro que no te lo dan. Seguro que te atrae eso de ser Ejecutivo de Siniestros en una compañía internacional de Seguros, andar en traje de lunes a jueves con paso seguro y corbatas coloridas que de seguro no riman nunca con tus camisas. ¿Estás seguro?, ya sabes, no es que sea tu vocación, pero eres economista, para bien o para mal, aunque no estés seguro del porque, eres economista, así que ¿acaso vas a sacarle el VAN de los neumáticos pinchados, o vas a calcular la TIR de los guardafangos abollados?, seguro que estas muy ilusionado, pero también es seguro que te vas a aburrir, ya pasamos por esto antes, seguro esta vez juras será diferente, o seguro que hay una muñeca de por medio, seguro alguna chica con cuello de cisne, cintura breve y ojos de luna llena te hace quedarte amarrado a la roca de Prometeo, seguro que es por culpa de la cadenita.

De todas maneras, piénsalo bien, tienes que estar seguro antes de firmar, pensarlo dos veces, saber si es seguro tu futuro en una compañía de seguros, si es seguro que aprenderás algo de lo que seguro no querías estudiar cuando más joven, si es seguro que ella te va a hacer caso esta vez o si seguro que vas a terminar como siempre olvidando en un rincón con el mismo amigo que escucha la historia por quinta vez. Ten cuidado, ¿estás seguro de querer trabajar en una compañía de seguros?

12 de diciembre de 2010

La Cadenita

Todo depende de la estrategia, si la estrategia es buena se puede conseguir cualquier cosa. La primera vez que la vi yo seguía un poco mareado por lo de la noche anterior, no me había cambiado de ropa y más de 3 veces había terminado en el piso de una calle desconocida. Llegué a ver un ómnibus que me llevaba a casa, pero aun no estaba lo suficientemente despierto como para alcanzarlo, me detuve en el paradero a esperar que mejorara mi suerte, sospecho que era lunes porque la calle se llenó de personajes en traje, molestos y apurados, como condenados a un ciclo inacabable de idas y venidas. Entonces apareció ella, el brillo de su cadenita de plata entre tanto hombre gris llamó mi atención, llevaba un saco oscuro y tacones altos, subió a un bus cuya ruta no conocía, pero que por esos días lo tomé religiosamente.

El primer día yo andaba muy mareado para acercarme, ella bajó en Miraflores, y yo seguía estrenando calles esa mañana. Entro a una empresa cuyo nombre no pude distinguir bien desde la esquina, regrese a la avenida principal, tomé el vehículo de regreso a la calle donde la vi por primera vez, y aprendí la ruta que tenía que tomar al día siguiente desde mi casa. La mañana siguiente ya estaba muy despierto, a pesar de haber tenido que madrugar para encontrarla a la misma hora del día anterior; iba con la ropa más limpia que tenia, unos jeans anchos, una casaca con capucha y un par de zapatillas muy cómodas para seguirla todo el día, subimos al bus algo apretados e intente aprovechar esto para crear el primer acercamiento, llevaba la mirada tan fija en su cuello que ella volteó y me miró con miedo, quizás la combinación de mi ropa, tan diferente a la suya y mi mirada tan obsesionada la asustaron e impulsaron a zambullirse en ese mar de gente preocupados por estar llegando tarde a la oficina.

Había que cambiar la estrategia, tenía que homogeneizar mi imagen a la de ella, si ella usaba pantalón de vestir, blusa y saquito, yo me conseguiría unos zapatos, pantalón de un traje incompleto y camisa, hasta me peine con raya al costado y todo, cogí un libro de esos que me dejó mi padre para redondear la imagen de hombre decente e intelectual, desde que llegamos al paradero ella notó mi presencia, no necesite acercarme, subimos juntos al bus, nos sumergimos juntos en el mar de empleados tardones, tropezamos algunas miradas, nuestros dedos se buscaban en el pasamanos, nos pisamos también algunas veces. Yo me bajé en Surquillo, de ahí tome el carro hacia mi casa, ella no se sí habrá llegado a Miraflores, si habrá bajado detrás mío, o si fue muchas cuadras después cuando se dio cuenta que le faltaba la cadenita.

3 de diciembre de 2010

Los días

Un día, los días. Despiertas. Otra vez, esclavo de un sol que te engaña y le da un falso olor a nuevo a la rutina que vienes actuando hace ya un año, cinco meses y diecisiete días. Es martes.

Mientras el agua termina por despertarte recuerdas que hace ocho meses que nadie más te ha visto desnudo, le buscas el lado positivo y te consuelas creyendo que es una ventaja por lo mucho que te ha crecido el abdomen. El agua aun esta fría.

Algún día aprenderás a hacerle nudo a las corbatas, mientras tanto sigues dependiendo de que el gusto de tu hermano coincida con el gusto de tu madre para escoger camisas. Algún día aprenderás a planchar.

Alistas las llaves, la billetera, el celular, las gafas, la bendición de tu madre, las facturas que le debes a tu padre, mientras el perro ciego intenta despedirse, y ruegas por que el reloj estuviese adelantado. Esa corbata no combina con esa camisa.

La mañana que aun no termina de abrirse, te deja esperando un bus no tan lleno donde puedas colarte aunque sea en las escalerillas de la puerta, y siempre te preguntas, ¿para que se molesta tu madre en lustrarte los zapatos si igual te lo van a pisotear una manada de oficinistas tardones y malhumorados, para que cuidar el saco si siempre se van a sentar encima las gordas amas de casas con sus bolsas vacías de mercado con inflación, o para que levantarse más temprano si siempre serás un tardón?.

“Es el día 532” te dices a ti mismo sin que nadie entienda porque cuentas los días que pasas en esa oficina, en ese cubículo, en esa silla giratoria, anatómica, ergonómica, autoregulable. Comienzan el engranaje del reloj, a veces tu jefa te grita por algo que hiciste hace un mes, la semana pasada, o pasado mañana, algunas otras veces te felicita y te dice que puede abrirse una vacante para ti, mejor mañana conversamos del tema, mañana, mañana, mañana.

Archivas, cuentas, sumas, suena el teléfono, la miras, niegas, rechazas, te enamoras, no contestas el teléfono, restas, respondes un e-mail, subes, desconectas tu teléfono, imprimes, la sigues mirando, revisas, reimprimes, tu jefe pregunta ¿Por qué no contestas el teléfono?, bajas, comes, te estiras, bostezas, suena el teléfono, te enamoras otra vez, inventas excusas, respondes reclamos, la miras de costado, estrenas errores, envías cartas que no dictas, que no firmas, ella descubre que la miras, coordinas algunos pendientes para mañana, acomodas la silla (giratoria, anatómica, ergonómica, autoregulable), ella te sonríe coqueta, terminas las sumas, olvidas las restas, abrevias las palabras, suena el teléfono, seis de la tarde, apagas todo, te despides escueto, suena el teléfono.

El viaje de regreso es similar al de salida, solo que más oscuro, regresas a estar tirado sobre la cama renegando por vez 532 de la oficina, cenas, ves un episodio repetido de un serie que acabo hace 8 años, al final ellos se casan. Hablas por teléfono, lees algún libro usado que compraste muy barato en una feria de la universidad, le faltan algunas hojas. Te duermes finalmente. Despiertas. Otra vez, esclavo de un sol que te engaña y le da un falso olor a nuevo a la rutina que vienes actuando hace ya un año, cinco meses y dieciocho días. Es miércoles.

1 de diciembre de 2010

Sandalias Lilas

Carla tenía el atuendo de verano y unas sandalias lilas con los que paseaba en un inicio. Ella llevaba muy poco peso en la cartera, pero en la mirada se jalaba la vida. Jorge pensaba en las distancias, el día que la conoció. En las distancias que había entre ella y su atrevimiento de acercarse a conversarle, a preguntarle por la mirada, por la sonrisa, por la tristeza. Carla llevaba el cabello suelto cuando se conocieron y una mirada que demostraba que cargaba mucha tristeza. Quizás eso le gusto a Jorge, su mirada, la tragedia, la distancia. Siempre le acusaron de su facilidad con el drama, tendía a convertir en tragedias, pequeños acontecimiento que le sucedían. Así le pudo conversar a Carla, cuando le pidió información sobre un curso por el cuál podía jalar y terminar dejando la universidad, era su exageración, posiblemente su mejor excusa. Ella, quizás, ahí, también le gusto Jorge. Carla tenía la costumbre de preocuparse por los demás y Jorge encajaba perfecto con su tragedias inventadas. Siempre tenía una para ella y para cantarle alguna canción mientras ella se bañaba con sus sandalias lilas. A él le encantaba aquella sandalias, desde el día en que los trajo por primera vez a su habitación y le dijo que iban a quedarse acá, para andar por el cuarto o bañarse en las mañanas, después de haberse amado durante la noche. En realidad fue lo único que trajo y lo único que dejo. A Jorge le gustaban las sandalias lilas, porque, en las mañanas, era el único atuendo que ella usaba. Desnuda y con sus sandalias lilas, era hermosa verla andar por toda la habitación. Él sonreía mientras ella le respondía con alguna coqueteria. Ahora que ordena el cuarto mientras escucha vieja música, Jorge se percato que se quedaron las sandalias lilas, sabe que pronto tendrán que ser guardadas, quizás quien entra se puede quejar, pero prefiere mientras tanto cantar aquella melodía de antaño mientras mide las distancias que ahora hay entre su cama, las sandalias lilas y ella que lo está mirando.