11 de mayo de 2012

La culpa

Tu mayor venganza fue mi culpa. Fue tan fácil asesinarte, que hasta sentí que te hacia bien, pero tu cuchillo era más grande que el mío. Yo te libere del sufrimiento, del frio, del hambre, de mí; y tu sonreías mientras te daba esa especie de eutanasia acelerada. Si por lo menos hubieras protestado, si me hubieras lanzado algún manotazo agónico mientras yo apretaba tu cuello; una cicatriz en el rostro seria menos dolorosa que el pedazo de alma que te llevaste en silencio.

Nunca subestimes el poder de la culpa, que me reclama la sonrisa y que roba el camino que debería seguir. No me dejes con la culpa que me hace sentir indigno de caminar, que busca excusas para cobrarse tu pena, como veneno administrado por gotero.

Quiero la culpa, la busco y la encuentro, le enseño mis sueños para que los devore en su infinita venganza, le marco mis puntos más débiles y recibo los golpes sin ganas de contestar. Me quedo con la culpa, aunque sea como morir contigo, es tu venganza y es mi forma de pedir perdón.

9 de mayo de 2012

Mi Vicio

Todos tenemos vicios, adicciones. Mi personalidad es adictiva, tengo muchos vicios. Mi vicio es carnal ver el objeto de deseo me genera la necesidad de tenerlo en mi cuarto y revolcarme en su aroma, en su sabor, devorando cada centímetro de su ser en bocados condenados, porque tengo un vicio prohibido y muy malo. En la calle lo ofrecen, hay de todo precio y dimensiones, algunas veces pruebo en rincones desconocidos, otras veces voy por referencias o por la maldita experiencia, que ya son años. El deseo me hace buscarte, pensarte, soñarte, buscando el espacio en mi rutina donde pueda satisfacer mi antojo y romper siempre la misma promesa de nunca más y esta es la última lo juro. He tratado muchas veces de huir, alejarme de tus llamas y reemplazarte con alternativas menos censurables, más hogareñas, pero un vicio es un vicio, y vuelvo a caer en tus garras, relamiéndome a escondidas tu sabor, intentando no darme cuenta de lo que hago.

Ayer intenté nuevamente dejarlo, pero el vicio se colaba en mis avenidas, ofreciéndose libremente en la calle, provocando a los transeúntes y colándose en mí retina. Las cuadras que camino hacia mi casa son una tortura, puedo verte, puedo olerte, puedo sentir tu sabor en mi boca con solo pasar a tu lado, ya no encuentro salida, porque un vicio es un vicio, y todos tenemos una adicción; no puedo ir contra la corriente, prefiero devorarte en el rincón más oscuro de la pollería, ahora si lo juro, mañana empiezo la dieta.

1 de mayo de 2012

A velocidad de tardón

Aún sentía el frío de la noche y las cobijas de la cama me protegían de ello. La noche no hacía sus últimos despidos y algunas horas de pelea con el sueño, me conducían a seguir sosteniendo la idea de mantener mis ojos cerrados. ¡No confíes en que despertarás! Alguna vez escuche aquello. No confíes en que te vas a levantar de la cama a la hora indicada, en el minuto preciso, no confíes en esos cinco minutos más de sueño. Yo estaba apenas en el comienzo de ello, podía ver desde mi ventana la luz de los faroles y los conos de neblina que se formaban ahí. Eran las 5:03 am. Un freno exagerado de algún conductor que en demasía de copas o en demasía de adrenalina, optaba por acelerar su vehículo, me había despertado de aquel sueño sin recuerdo alguno, ese estado de olvido que muchas veces deseamos quedarnos. ¿Conocen la rutina no? Las 5 am. avisan ya que te falta una hora para salir de la cama. Dicen que no hay nada mejor que saber que aún puedes seguir durmiendo. Yo siento el peso del cuerpo, deben de haberla sentido como cuando estas en el mar haciendo el muertito y el cuerpo cae ligeramente antes de salir a flote, una sensación de hundimiento, el cuerpo se hace pesado por la primera sensación de inseguridad, luego viene el silencio y sales a flote y solo miras la amplitud del cielo. Nubes que bailan con los vientos, ideas que te revolotean en la cabeza. En ese momento, estas solo, lo sabes y disfrutas de ello, pero llega un ajeno que chapotea o te golpea y te vuelve a la realidad del mundo compartido, de las metas incumplidas, las obligaciones mañaneras y las que se quedaron con el freno acelerado. Son las 5:10 a penas y aún no amanece. La cama se convierte en tu guarida durante esos minutos. Levantarse, calentar un poco para ir a la ducha. Saber que es lunes o todavía miércoles, ver como va llegando la mañana y un frío infernal te hace prometer que en 10 minutos te despertaras. Acá ya son las 5:12 el reloj ha decidido ir más lento. Muchas veces disfrute de esa sensación, cada minuto en el calor de la cama y con las promesas de despertar a tiempo, muchas veces fueron promesas incumplidas y terminaron en un corrida acelerada a dar un examen o para llegar al trabajo. Las 5:30 van acercándome más. A las 6:00 tendré que salir de acá, lo sé, no aguantará el reloj una tardanza más, se torna inevitable no abrazar a la almohada por última vez. Estiras el cuerpo, recoges el segundo heroico y sales de la cama. La mañana tiene un color extraño cuando sales de cama, opaco, grease, triste. Hace frío y los las 6:30, sigo mirando mi habitación moverse a la velocidad de una mañana, se acomoda mi ropa, mi corbata. El agua del baño se va preparando para mi llegada, mi cepillo ya tiene olor a menta. Todo se mueve, menos yo. Las primeras gotas en la ducha, son como las cachetadas que alguna vez te han tirado si es que andas algo desconcertado o mareado. Esas palmadas borrosas que te piden reaccionar. Cada gota fría te va despertando y alejando del calor inicial que tuviste en la cama. Te acuerdas la última vez que convidaste parte de tu cama, su calor y los movimientos que hacía mientras dormía. Son las 7:00 y ya te andas acomodando la cadena, digo la corbata, vas a velocidad de tardón y corres para no perder la costumbre. Son las 7:20 y tú estas sentado en el autobús compartiendo espacio y aire con los demás. Sientes un ligero acomodo, un recuerdo de tu mañana. Los ojos pierden de nuevo su firmeza y caes en un sueño interrumpido por cada paradero que se asemeja al tuyo. 8:20 llegas algo tarde como para no perder la costumbre. El Guardián te mira con la misma complicidad. Y te dice: Feliz día del trabajador. Le agradeces mientras sueltas una pequeña risa. Te das la vuelta. El día parece más bonito que de costumbre, es mejor caminar más lento, visitar a alguna vieja amiga  y tomarse algo en el camino del regreso. Total hoy no vas a trabajar.