Lluvia de otoño, mes de junio. Marginada amiga, compañera fiel. Que eres pequeña en Lima, temblorosa y suelta de un cielo gris panza de burro, que dejas al viento jugar contigo y con su cabello, que aburres a los viejos y deprimes más a los deprimidos. Lluvia menguante que veo hoy por el alumbrado público, por algún poste de parque. Que escucho bajo hojas altas, como paraguas natural, que chorrean gotas fuertes, gordas y maliciosas sobre mi camisa, sobre alguna rama, sobre algún escote.
Garúa que juegan los niños libres de dificultades, que se mojan y se embarran, que no saben lo difícil que la vida les será. Que jugué de niño, que disfrutaba solo, cual espécimen raro, que le escupía al sol, que le reclamaba su brillo. Cuando yo solo la elegía, y respetaba su tímida caída, su aire de melancolía por recordar las diferentes Limas que alguna vez mojó, de incas y caciques, de burgueses sin capital, reyes sin corona y Távaras sin señoras.
Sigues cayendo, pero ya los niños crecieron, la ocupación les ganó, el dinero, el empleo, una boda por lo civil. El futuro maldito y desolador, un mañana que nunca se vuelve hoy, un ayer de solo recuerdos y un presente de tanto despiste, que ni me permite disfrutarte.
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