26 de octubre de 2016

Barrio Pobre


Las noches son tan frías, el viento se estrella salvajemente contra las ventanas, es imposible no notarlo antes de dormir. Mi cobija esta vieja y agujereada, pero me puedo envolver en ella. Las luces dejan de funcionar a las 11 de la noche como en todos los barrios pobres de la ciudad, por eso ella trata de ver películas cortas para no quedarse sin saber cómo van a terminar.  

En las mañanas hay que estar temprano antes de que la cisterna se quede sin agua, el costo es altísimo pero es la única manera, ella sale temprano arrastrando su balde más grande y me despierta. Con suerte regresa a tiempo para prepararse algo de desayunar, sino comerá algo en el camino. A veces duerme en el viaje al trabajo, otras se frota los brazos cansados de cargar agua a diario o se cubre el pecho porque en la noche hizo mucho frio y maldice su pobreza sobre todas las cosas.

Regresa tarde y trata de ver cómo viven los demás en la tele, anhela decorar su casa como en las películas, busca enamorarse como en las novela. Hasta que se apaga la luz, y despierta a su realidad, deja el balde listo para la mañana, cierra las ventanas sin dirigirme la mirada, por lo menos ya no le incomoda mi presencia, desde que me regalo su vieja cobija entendí que ya no le molestaba que durmiera en la calle bajo su ventana.