Porque en estos momentos recordar era volvernos a
encontrar…yo me permito el recuerdo. El invierno en Lima se había vuelto
agresivo, a pesar de ello, seguía prefiriéndolo en vez del verano. Yo andaba
ligeramente abrigado y tú completamente. Tu nariz roja delataba la derrota ante
este clima y tus ojitos chinitos complementaban la idea. Como recordar es
volver a encontrarnos, me encontraste distraído como de costumbre y después de
tantos días entre miradas y ningún atrevimiento por compartir el frío.
Decidiste acercarte y preguntarme por los temas clase que llevábamos juntos. Mientras
hablabas sin parar yo empezaba a grabar tus expresiones que me permitirían
volver a encontrarte.
Ese día, a pesar de tu nariz roja, te encontraba
realmente hermosa, me sonreías. Y entre mocos del resfrío y pañuelos que
desechabas con gran velocidad iba componiendo tu primer poema. Yo te conversaba
de lo aburrido de mi trabajo y tú atinabas a burlarte de mi sueño de ser un Ing.
Civil que aspira ser un gran escritor. Mientras te iba replicando y buscando
argumento que sustenten mis aspiraciones, el melodioso soplado de tu nariz nos iba haciendo coro
en nuestra conversación y el despido se convertía en nuestra excusa de
volvernos a encontrar. Había soltura y naturalidad en tu resfrío, no había
permiso ni disculpa, apenas si lo notaba, eras tú la que descomponía, entre
risas, mis equivocados sueños y yo, entre argumentos, iba provocando esa risa cada
vez más.
Nos empezamos a recordar más seguido, mejor dicho a
encontrarnos y todo ese mes nos acompañaron los pañuelitos desechables que cambiabas
con total naturalidad. Siempre dejamos que nos acompañe, nunca le puse un pero
a tu resfrío fatal, había hasta encanto en tu descuido y me encanta que, entre
pastillas, maldecías tu debilidad.
Te mencione que no era de enfermarme mucho que eran
pocas, las veces, que en cama termine y más de una vez, luego, te invite a ella
y más de una vez, antes, no me atreví a hacerlo. Pero el relato no va por ese
desenlace, sino cómo fuiste capaz de enamorarme entre resfríos, mocos y
pañuelitos que componían un trío sin igual. Debo confesar que varios besos
después yo también termine con resfrío y entre té de limón fui comprendiendo
más tus locuras. Me prometías compartir la enfermedad y que ningún remedio nos
iba a separar, pero al final nos terminó curándonos esas inyecciones que nos
recomendó el doctor, no tuviste reparos en reclamar consuelo después de las
inyecciones, tremendo dolor que nos aguantamos y tremendo consuelo que nos
compartimos.
Mujer del resfrío ahora que la noche congela, vuelvo
a recordarte, quizás con la excusa vieja,
de aquel refrán que invente al inicio. Encontrarte en este invierno que ya
no compartimos y con esta enfermedad que los remedios no nos puedan separar.
Debo confesar que jamás logre utilizar los pañuelos con tu naturalidad, siempre
provocaron ese rubor desleal, que me empujaba a los baños y me ocultaba en el
hogar.
No olvidaré como andábamos sin parar, yo botando
papeles de tantos mamarrachos escritos y tú de tanta gripe. Había un desfile de
papeles usados que se emparejaban en nuestro camino. Me contabas de aquel sueño
que tanto te asustaba mientras iba dibujando tus ojos con las yemas de los
dedos, pequeño retrato de nuestro encanto te decía, entre permisos que no
íbamos dando. Había más porque reír me repetías con las nariz roja y yo te daba
uno con la mirada perdida y los lentes caídos. Me resaltabas la gracia que te
causaba mi mirar. Eres un soñador nato, se nota en tu mirada y lo gracioso es
que ni te cuenta te das, me repetías entre chalinas y demás telas que te
momificaban. Yo sólo atinaba a decir que todo era verdad, lo tuyo y lo mío
mujer.