5 de agosto de 2013

Cualquier borracho



Esta debe ser la tarde más fría de todo el invierno. Nunca había sentido este dolor en los huesos ni esta humedad en toda la piel, nunca había visto el cielo de este color, tan gris, tan muerto. Tal vez empiece a llover o quizás comience a correr mucho viento, ya no se sabe que esperar de este clima limeño; sin embargo, hace tanto frio que se me hace muy difícil moverme, prefiero quedarme acurrucado así, evitando que se escape cualquier resto de calor, evitando que entre mucho más frio. 

La noche aún está a un par de horas de distancia, todavía me queda tiempo para seguir observando esta ciudad bajo la luz del invierno, una luz deprimente que se combina con la manchas de barro y los charcos que olvido la lluvia de anoche, las mismas escenas de todos los años, las que alguna vez llenamos y las que siempre quiero recordar.

Puede ser tu ausencia la causante del frio, puede ser mi sentimiento de culpa; tú no te fuiste, yo te perdí, por mis extrañas manías y mi rechazo a ceder ante ti, por pensar siempre en cosas raras como en el frio y las manchas de barro, por satisfacer mi gusto por lo subterráneo en los bares más asquerosos de la ciudad sin preocuparme por las consecuencias, sin escuchar tus advertencias. Puede ser, y seguro te sigo perdiendo un poco más todos los días, como esta tarde que es la más fría de todo el invierno, sobre todo si la vez desde una acera desconocida, desnudo y sin un centavo, despertando de un asalto, víctima de un taxista maldito que se aprovechó de cualquier borracho.

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