El mariachi guarda una pena que le afina la voz, respira
hondo y acomoda los latidos de su corazón al ritmo que le exige cada canción. Tú
lo puedes ver caminar bajo el sol como uno más, de noche se pone su traje y
recurre a sus recuerdos para ganarse el pan. Después de todo, él no es lo más
importante de la velada, él es tan solo un instrumento que te ayuda a sentir, a
través de sus palabras, las formas del mal amor y el inalcanzable olvido.
El mariachi tiene un repertorio muy corto y bastante
repetido, ya no sabe si es su vida o es ficción lo que canta, si el día que ella
se fue escribió “Que te vaya bonito”, o si es que tras la primera noche juntos
nació la letra de “Amanecí en tus brazos”. El canta igual en una boda como en
una fiesta de cumpleaños, recita las líneas y contiene las lágrimas, ya sea en
casa o en una sala de recepciones, y la soledad lo acompaña aunque este rodeado
de gente.
El mariachi sabe que tiene una pena, pero no sabe qué pena
es, si es suya o heredada, si fue tan grave o sólo exagerada. Al final no
encuentra soluciones posibles a su interminable rutina, no quiere perderse más
en el laberinto de trompetas y guitarras mexicanas. Todos los días son iguales,
pero este será el final; recita el estribillo de “En el último trago”
como si la estuviera inventando, haciéndole un salud a la nada con la copa repleta
de tequila y cianuro.
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