En un rincón de tu taller
descanso el sueño al que me has condenado. Incompleto y descartado, vuelvo de
reojo la mirada sobre tus brazos que moldearán otra arcilla como antes la mía.
En esta soledad con la que me has pagado, puedo recordar tus dedos tratando de
transformar mi original figura en ese sueño que siempre quisiste para ti, en
esa tarde del mañana donde por fin estarías contenta con el producto tantas
noches esbozado.
Me sobra tiempo para recordar
como ejercías tiernamente tu labor día tras día, como tus dedos forjaban lo que tu mente había
visualizado, inclusive como astutamente me hiciste creer que era yo quien
controlaba el proceso, haciéndome olvidar que sólo era una pieza de barro entre
tus manos.
Aquí estoy junto a otros
descartados, mudos y sin vida, iluminados brevemente por tu recuerdo,
abandonados a nuestra suerte, tan vacíos de ti, tan llenos de nada. Recordando
el procedimiento que emprendiste conmigo, algunas veces con más cariño que
otras, pero siempre nostálgico de tu arte, de tu sabor en las cosas, de ese
lento y errado proceso que no supimos terminar, porque al final, el fracaso es de
ambos, del barro y de la alfarera.
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