4 de noviembre de 2013

Alfarera


En un rincón de tu taller descanso el sueño al que me has condenado. Incompleto y descartado, vuelvo de reojo la mirada sobre tus brazos que moldearán otra arcilla como antes la mía. En esta soledad con la que me has pagado, puedo recordar tus dedos tratando de transformar mi original figura en ese sueño que siempre quisiste para ti, en esa tarde del mañana donde por fin estarías contenta con el producto tantas noches esbozado.  

Me sobra tiempo para recordar como ejercías tiernamente tu labor día tras día, como tus dedos forjaban lo que tu mente había visualizado, inclusive como astutamente me hiciste creer que era yo quien controlaba el proceso, haciéndome olvidar que sólo era una pieza de barro entre tus manos.
 
Aquí estoy junto a otros descartados, mudos y sin vida, iluminados brevemente por tu recuerdo, abandonados a nuestra suerte, tan vacíos de ti, tan llenos de nada. Recordando el procedimiento que emprendiste conmigo, algunas veces con más cariño que otras, pero siempre nostálgico de tu arte, de tu sabor en las cosas, de ese lento y errado proceso que no supimos terminar, porque al final, el fracaso es de ambos, del barro y de la alfarera.

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