Ella iba a mi lado, en lo estrecho de un asiento de ómnibus. Iba tamborileando un ritmo de moda, alisándose el cabello, largo y castaño, de perfil a mi vida, con el aire que tienen las mujeres de mis cuentos. Yo por mi parte iba cansado, para variar el insomnio me había dejado 2 o 3 horas de sueño que trataba de compensar con la ventana de almohada y con el asiento por colchón.
Siempre me pareció curioso esto de los viajes en ómnibus, yo tan tímido y retraído podía estar junto a la mujer de mis sueños, igualita a la de mis cuentos, por el simple azar de coincidir en un paradero. Ella iba tamborileando los dedos con el ritmo que nos imponía el ómnibus, yo me quebraba en las ganas de entablarle una conversación, de sacar a relucir el dote seductor que tenia mi alter ego literario y conseguir un teléfono o por lo menos una dirección de correo.
El sueño me ganaba, la timidez crónica, y la poca costumbre me contenían a iniciar alguna especia de cortejo, soltar un “¿no te conozco de otro lado?”, “¿viajas siempre en este carro?”, “que maldito es este tráfico”, o por lo menos “¿sabes que hora es?”. Me perdía nuevamente en su cabello castaño, en el único ojo que veía, en la silueta de su nariz, la tirita del polo que se le caía y las delgadas manos que se la volvían a acomodar.
Ya derrotado como siempre decidí meter mis narices en algún libro y vivir a través de un personaje más atrevido lo que yo, en presente perfecto, no podía lograr. Ella preguntó si era interesante lo que leía, yo le dije que sí, que Cortazar lo era. Me preguntó si viaja siempre en ese carro, que nunca me había visto, yo le conté que era mi primera vez y que si ella me lo pedía podríamos tomarlo juntos todos los días. Yo la había hecho reír no se con que anécdota exagerada de mi vida, ella me regalaba su sonrisa hermosa, de dientes blancos y mejillas hundidas, me dejó jugar un rato con su cabello, me arregló bien la camisa.
Me contó de ella, de su mamá y de sus hermanos, estudiaba ingles, quería ser Psicóloga, yo le dije mis intenciones literarias, que estudiaba economía para quedar bien con la familia, que tenia un perro, un trabajo aburrido y muchas ganas de saber su teléfono. Seguimos hablando entre ruidos de claxon e injurias contra el alza de los pasajes, hubo un golpe fuerte delante del ómnibus, me desperté al instante, viajaba solo y hace muchos paraderos que debía de haberme bajado.
1 comentario:
Por lo menos tu tienes sueños y no pesadillas..
:)
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