Como en una foto postal de a 10 francos, camino por las callecitas del Centro Comercial El Polo, con un librito que me regalo mi papá, camisa a rayas, nada que contar. Canicularmente agotado me siento en una banquita de esas al alcance de cualquiera, no de las exclusivas, de cafés a 8 soles y helados de 2 bolas por 15, las veo, las añoro, deseo sus sombrillas, el bolsillo esta muy vacío, el otro mes será, el otro mes será… Siguiendo con mi plan de acción, me senté en una banca socialista (frente a las burguesas y sus cristales inmaculados) abrí las puertas del mar y comencé a naufragar lo que quedaba del tiempo en aquel trasatlántico que la gente conoce como “Rayuela”. Los ríos metafísicos me hicieron orillar en una reflexión prestada sobre la soledad, el dilema del erizo, la utopia de conocerse con los demás, pasaban las hojas, y me convencía más de que vivimos apartados, que el saludarse es una burla, conocerse una mentira, mascaras somos, mascaras vemos, los nombres, los apellidos, los lazos, todo simplemente juegos llevados a gran escala, consenso mundial para sentirnos menos tristes de vez en cuando. Me gana la idea de que pasamos como gotas del mar, granitos de arena, de que parecemos estar juntos pero no somos más que soledades que envejecen al mismo tiempo, que solemos ser como dos erizos que al intentar juntarse sólo logran dañarse con sus espinas…
A todo esto ya las mesitas vip se iban llenando de parejitas con lentes oscuros y minifaldas veraniegas, yo en mi lachita varada frente a ellos era más que nunca un cero a la izquierda, pensando solo en la soledad, por qué reclamar que nadie me este mirando si tengo la mirada perdida en mi lectura, por qué protestar de que nadie me habla si tengo los odios ocupados con Fito Paez, por qué quejarme de que nadie se sienta a mi lado si veo mi reflejo en el cristal sentado en el medio mi banca, estratégicamente colocado para que no pueda entrar nadie más.
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