Suena lejano el día que me puse a escribirte. Recuerdo que tenia 19, soñaba mucho, llevaba menos peso. Claro, como olvidar el lápiz de mordidas nerviosas, mi libro en mano y esos aires que me daba de gran escritor. Recuerdo mi nostalgia inventada. Si, esa mirada al horizonte que pintaba, mi impresionismo de chico, mi filosofía de la vida, de la mía, de la tuya. Recuerdo que te vi en el malecón, el mejor lugar para un soñador, andabas viviendo al viento, dejando cabellos sueltos. Mucha poesía, decía yo. También recuerdo la última vez que te escribí. Decía que si no te gustaba mirar la vida a mi manera. Si no me entendías a mí como un poeta, ni mi bohemia, ni ese desgano que me hacia seductor. Tendrías que irte a la misma mierda, sin vuelta previa, ni reclamos, ni permisos; porque yo era como yo, como otros que eran como yo, como grandes don nadie que eran como yo. Sí, lo sé, ahora te ríes, y me río contigo, cuando vemos esas fotos, de lánguidos personajes, cuando me veo entre humaredas, entre tragos y alpinchismos. Reclamando siempre de algo, inclusive de ti. Entiendo porque me dejaste y el porque te escribo ahora. Hoy ya con 37 encima y mucha realidad a mi alrededor, la cosas se hicieron complicadas cuando ya no había quien admire mi alucinada manera que me permitiría ser un buen escritor. Ya sé, en esta oficina hay fines de mes que permiten vivir tranquilo y a aquella mujer que me dejo un hijo y que lastimosamente no fuiste tú, me ha dicho que solo soy bueno para traer el dinero y dedicarle el tiempo a la niña de hoy. Bueno te mando muchas felicidades por esa aventura a la que vas. Suerte en tu nueva vida, con ese hombre que si te conquisto. Yo deje mucho tiempo atrás las plumas y también a ti. Ahora te veo como parte un recuerdo, donde quise encontrarme y te encontré a ti.
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