Suele suceder que cuando sales de viaje, las aventuras no son las que buscabas y los resultados, tampoco. Suele suceder que los acontecieres, te resulten difíciles de aceptar, y quizás luego sean anécdotas para contar.
Lima ciudad se despidió con su gris de siempre, con ese frío triste que tanto gusta y disgusta, uno, peatón, que busca encontrar en los viajes el camino a los recuerdos imborrables, ese buscar del paraíso, del cielo escondido, esa utopía de vida plena, ese sentir de algún pasado vivido, el aire puro que tanto contaminas, y en este caso con el frío maldito que te recuerdan lejanías.
Saliste y junto a la aventura iba también tu compañera, la de los ojos cansados y sonrisas encantadas, algunos desconocidos que imaginamos amigos y muchas ganas de seguir el camino.
-Arriba siempre arriba decían quienes bajaban, y uno entre maldecidas les decía tan solo: buenos días. Igual dejamos al frío ser nuestro enemigo, a la altura se le permitió su altanería, gritándonos que no estábamos acostumbrados a estos trotes, y al cansancio, el maldito cansancio, el culpable de el olvido, el que excusa la confianza al ajeno; se le permitió la búsqueda de ayuda, mientras que a la noche, la maldita noche, en que nos perdimos en medio de estrellas y una luna que permitía una la ligera luz, esas, que dicen de esperanza, de volver al mismo camino en que nos decían: arriba, siempre arriba no te canses, falta poco, media hora, unos cuantos respiros, más tiempo de frío, pero... no nos desvíes del camino, no nos dejes en medio de la nada, no apresures el paso abusando de nuestro cansancio y no te vayas con el abrigo, dejándonos ya, con varias horas de frío, con mucha nocturnidad, con bastante desconcierto, con casualidades ante tanta desdicha y muchas ganas de saber que abajo, allá abajo esta el abrigo, el calor de una buena noche, la delicia de una buena cena, pero arriba, allá arriba se quedan, las cosas robadas, las imágenes perdidas, la experiencia mal contada, el tiempo detenido, las casualidades muy buscadas, la fogata de calores pasajeros, las salchichas que invitaron desconocidos y los colchones que robamos al paisaje, para seguir creyendo que ya llegamos a donde debíamos, y que creamos juntos a otros extraviados, nuestro propio final del camino.
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