Descansábamos a la sombra de una nube tardía, pendientes a los cambios del viento y el parpadear de las estrellas, yo ya no sé cuando había perdido mis manos y cuando en mi regazo desnudo ella había hecho su nido. No sé que tenía el campo, pero cantaba un bolero, no sé que le pasó a nuestra ropa cuando nos la quitamos; el río salpicaba gotas de plata, pequeños pedazos de luna que reinaba entre tanto cielo.
Cambiábamos de nube cada media hora, entre baños de luna nueva en Abril, rodeados de gardenias, robándole horas al día de mañana, huyendo del ayer, pensando en tiempos mejores. Yo le prometía eternidad, ella sonreía, las estrellas se apagaron y canto más alto el campo su bolero. Yo le quería decir no sé que cosa, ella simplemente escuchaba, rogamos para que no amanezca jamás, y el sol, maldito traidor, iluminó nuestro río
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