A Julio Ramón Ribeyro
Para quienes hemos renegado de casi todas las creencias que
trataron de inculcarnos nuestros padres es necesario inventar pequeñas
tradiciones que compensen esa necesidad primitiva del alma por los ritos y las
ceremonias.
Es por eso que todos los 4 de diciembre recuerdo la partida
de mi escritor peruano favorito Julio Ramón Ribeyro, con una serie de detalles
dignos de la más grande ceremonia católica. Primero llevo bajo el brazo alguna
copia de “La palabra del mudo” o “Prosas Apátridas”, compro un paquete de
cigarrillos y salgo a cumplir con mi aburrida rutina (valga la redundancia)
recordando mis pasajes favoritos de su obra. Aprovecho cada pausa del día para
hojear algo de lo que él escribió, pienso en lo que fue como persona y ensayo
una imposible charla con él compartiendo el mismo encendedor. Al final del día
empieza la procesión, el hombre que despertó en mí el gusto por los relatos
cortos, los cigarros y las ficciones sobre los marginados tiene un busto poco
conocido en un ovalo de la Av. Pardo, justo en el lugar donde se desarrolla
parte de su cuento “El próximo mes me nivelo”. Este busto flota desolado entre
la brisa que viene del malecón y los buses que van hacia la Av. Del Ejército,
por eso desde donde el destino me haya ubicado ese día comienzo mi peregrinaje
hacia esta plazuela invisible en medio de Miraflores. Voy fumando cigarro tras
cigarro encendiendo el siguiente con los restos del anterior, pero siempre
dejando por lo menos uno, una última bala para cuando llegue a mi destino.
Ya en el altar solitario de Julio Ramón, le enciendo un
cigarro, se lo pongo como humilde ofrenda y repito las frases que he ensayado
todo el día, le cuento alguno de los argumentos que se me han ocurrido pero que
por flojera nunca concreto, él no contesta, curiosamente esta mudo, y ya algún cabo
de servicio comienza a verme inquietamente decido emprender la retirada
hacia mi casa para no tener que darle explicaciones por mis actos.
Todos los 4 de diciembre por las noches, espero que mis
padres se duerman y abro las ventanas de la casa, enciendo un cigarrillo tímido
con la esperanza de que nadie lo perciba, me quedo al borde de la
ventana cerrando la noche con alguna frase de Julio Ramón en la cabeza. Pienso
en escribir este relato mientras las cenizas de cigarro caen hacia la pareja de
adolescentes que empiezan a descubrir el amor bajo mi casa, ellos protestan por
mi falta de consideración y por mi voyerismo, y yo les pregunto ¿Qué hacen tan
tarde metidos en mi cenicero?