Hay que tener huevos para ser oficinista, ir contra tus
instintos y vender tu alma y tiempo por dinero. Fácil es dejarse llevar por la
corriente, aventurarse a hacer lo que se gusta y fracasar. Lo más difícil es
acomodarse al horario de otros, a las órdenes sin sentido que tu jefe recibió
de su jefe, al reloj que acusa sin misericordia tus tardanzas y al encierro
voluntario en cajitas de cristal.
Cualquiera puede ser independiente, artista, vividor,
mantenido, ser su propio amo y hacer lo que se quiere cuando se quiere, sin un
centavo en el bolsillo. Es de corajudos, disfrazarse para el trabajo, limitar
el baile de tus neuronas a lo que se necesita y no protestar.
Hay que tener huevos para ser oficinista y vivir adentro
mientras la vida pasa por afuera.