7 de julio de 2012

M

Todos tenemos el derecho de irnos a la mierda una vez en la vida. Claro que no lo sabemos, porque el día a día nos exige inventar medallas para restregárselas en la cara a los extraños, que no saben ver, que no existen. Tenemos derecho a vivir un tiempo con esa libertad que es el fracaso, sin responsabilidades, porque cuando se ha caído no puede uno hacerse cargo de nada, sin excusas, sin justificaciones, porque la derrota es derrota bajo cualquier condición, sin compañía, porque la mierda no se le antoja a nadie, quebrado, porque en cada error se gastó hasta el precio de tu sombra en verano.


Hay muchas formas de irse a la mierda, quizás tu ya estuviste, y sabes de lo que hablo, no tienes ganas de regresar. Cuando estás en ese punto en que tu ridículo mundo, triste rutina o esa serie de luces y sombras que llamas vida, parece estancarse y caer, cuando no ingresas a la universidad por quinta vez, cuando el embarazo está científicamente comprobado, cuando inflas las estadísticas del desempleo, cuando no cubres el pago mínimo de tu tarjeta, cuando la receta del doctor no la paga tu seguro, estas en la mierda, aunque para otros no sea mierda, es tú mierda y tienes derecho a estar una vez con ella, de revolcarte y, si tienes fuerza, salir. Yo no te voy a dar esperanzas.

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