6 de enero de 2012

Me regalaron un gladiolo

Uno puede quedarse horas mirando una flor. Puedes recordar la piel de tu primera novia en sus pétalos, descubrir la vida en sus capullos sellados, esperar a la muerte en sus hojas marchitas. Puedes sentir el terror al abismo en su centro, jugar con el cambio de color de sus pétalos. Puedes esperar que el sol la bañe todos los días, puedes verla bailar con su sombra en la noche.

Puedes recordar la primera flor que regalaste (tu madre); puedes recordar la primera flor que te dieron (tu hija). Puedes compararla con otras flores, incluso con alguna de su misma especie. No hay dos flores iguales, el azar les ha quitado la maldición de ser uniformes entre ellas, y el hijo de un dios prometió que siempre las vestiría aunque no trabajen ni hilen.

Puedes quedarte días frente a una flor, años. Su olor siempre me hizo recordar las visitas al cementerio, la dedicación de escoger una flor y ponérsela a mis mayores, así como mi nieta, que le dice al mármol frio, aquí tienes abuelo te regalo un gladiolo.

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