La gente pasa totalmente distraída. Es un mar humano que se mezclan en las calles, apenas si te descubres, apenas si te reconoces entre los ventanales de los bancos o en las miradas desconcertadas de los transeúntes. Es raro, lo sabes, es raro seguir el mismo camino, los mismo paraderos de aquella ciudad.
Ahora llevas una chalina por el frío, un libro te acompaña. Acabas de recordar una vieja canción que algún recuerdo propició. Sonríes, sabes que en la otra esquina el bullicio es más notorio, pero esta calle mantiene a los lejanos, algo cercanos. Buscas jugar y te confundes entre la multitud ¿Dónde estoy? Sabes bien donde estoy. Me distraía al no mirar la otra acera, no contar los pasos en cada cuadrado, no repetir el tropiezo con el mismo bache que dejaron al construir la nueva pista de la modernidad. ¿Me permites? Cuando mires al espejo y no te encuentres, no te preocupes, quizás andas extraviada entre la multitud, quizás confundiste el camino, quizás es el apuro de los días, quizás te robaron la mañana, quizás falte más motivos. La ciudad sin presentación se sigue mostrando de a pasos y miradas cansadas y te refleja el charco de la calle garuada. Su arco iris tímido muestra las tonalidades de grises que apenas puede soltar. Y cada vez que te olvidas te vuelves a encontrar entre ventanales de los bancos, charcos de garúa y ojos de lunes.
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