Señores del congreso, agradezco de la manera más humilde (que no tengo), la distinción que esta mañana de Abril ustedes me hacen entrega, claro que mientras escribía esos cuentos no tenia la menor sospecha de todos los elogios que cosecharía, ni aquí ni al otro lado del charco, mucho menos sospechaba que su publicación traería esta medalla, esta mañana, y este estar de ustedes escuchándome. Señores congresistas, déjenme confesarles algo, y hay testigos, yo de niño soñaba con ocupar una de sus curules, (si es que el pueblo me negaba el sillón de presidencial), yo crecí en un barrio muy pobre, en unos de aquellos que dicen Dios ha olvidado. Mi situación familiar era urgente, mis padres magos del presupuesto, mi hermano un adolescente problema y yo tenia muy abiertos los ojos para dejar de mirar, así es que vi a mis vecinos, a los de al lado, a los que las estadísticas llaman extremos, los verdaderos malabaristas del fin de mes. En ese collage, por esas mañanas, alguna voz tímida, interna, resentida, se me acercaba por dentro, me decía que algo se debía de hacer, que de una vez, tras 180 años de republica, era hora de actuar. Señores, yo quería ser presidente, para hacer una pista, para darle empleo a los que sabían hacer de todo, para que mamá no cuente las monedas, para que nadie lo tenga que hacer. Sentí la necesidad de exorcizar los basurales, borrar a las pandillas y sus marcas en la pared, cerrar los bares, encerrar a los delincuentes, con diez años era fácil creer que todo eso se hacia con 5 ó 9 leyes. Claro que también el tiempo pasa y la mente se distrae, luego me llegó la pubertad, sus mudanzas, sus zonas menos olvidadas, los primeros amores, las hormonas, y el dichoso placer de perder el tiempo en la nada. Debes en cuando regresaba la mirada por sobre mi hombro, reclamaba que algo se había extraviado, que ni siquiera se empezó la acción; yo estaba muy ocupado, era de crecer, nada de voces, olvido de los olvidados. Siguieron más mudanzas, más olvidos, el placer de la biblioteca, el olor de la tinta, la tiranía de los teclados, una editorial que cree en ti, tu libro premiado, y hasta te llaman del congreso.
Señores hoy aquí yo recordé esa ilusión que tenia de chico, mi mirada sigue regresando, pero ya no es la misma, me he declarado en política como un cero a la izquierda, no hay nada más que hacer, el camino ya jugó conmigo, me puso en este lugar, hoy quizás solo por capricho, porque gusta de esas conexiones capciosas como en las películas que veo, o por restregarme en la cara que he sido un farsante y que he fallado.
Señores, a mi no me gusta ese tipo de dictadura, yo le doy la contra al azar, no estoy aquí como una anécdota, ni para ver como me he defraudado, como se lo hice a los extremos. Señores, hoy estoy aquí, so pretexto de la medalla, para dejar algo en sus manos, mejor dicho, en sus oídos, es esa vocecita que veía por mis ojos, que se indignaba con mi hambre, que se hacia mas fuerte con mi insomnio infantil, señores del congreso, hoy estoy aquí para decirles que de una vez por todas, abramos los ojos, escuchemos mejor, la realidad esta afuera, es hora de actuar.
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