Aún sentía el frío de la noche y las cobijas de la cama me protegían de ello. La noche no hacía sus últimos despidos y algunas horas de pelea con el sueño, me conducían a seguir sosteniendo la idea de mantener mis ojos cerrados. ¡No confíes en que despertarás! Alguna vez escuche aquello. No confíes en que te vas a levantar de la cama a la hora indicada, en el minuto preciso, no confíes en esos cinco minutos más de sueño. Yo estaba apenas en el comienzo de ello, podía ver desde mi ventana la luz de los faroles y los conos de neblina que se formaban ahí. Eran las 5:03 am. Un freno exagerado de algún conductor que en demasía de copas o en demasía de adrenalina, optaba por acelerar su vehículo, me había despertado de aquel sueño sin recuerdo alguno, ese estado de olvido que muchas veces deseamos quedarnos. ¿Conocen la rutina no? Las 5 am. avisan ya que te falta una hora para salir de la cama. Dicen que no hay nada mejor que saber que aún puedes seguir durmiendo. Yo siento el peso del cuerpo, deben de haberla sentido como cuando estas en el mar haciendo el muertito y el cuerpo cae ligeramente antes de salir a flote, una sensación de hundimiento, el cuerpo se hace pesado por la primera sensación de inseguridad, luego viene el silencio y sales a flote y solo miras la amplitud del cielo. Nubes que bailan con los vientos, ideas que te revolotean en la cabeza. En ese momento, estas solo, lo sabes y disfrutas de ello, pero llega un ajeno que chapotea o te golpea y te vuelve a la realidad del mundo compartido, de las metas incumplidas, las obligaciones mañaneras y las que se quedaron con el freno acelerado. Son las 5:10 a penas y aún no amanece. La cama se convierte en tu guarida durante esos minutos. Levantarse, calentar un poco para ir a la ducha. Saber que es lunes o todavía miércoles, ver como va llegando la mañana y un frío infernal te hace prometer que en 10 minutos te despertaras. Acá ya son las 5:12 el reloj ha decidido ir más lento. Muchas veces disfrute de esa sensación, cada minuto en el calor de la cama y con las promesas de despertar a tiempo, muchas veces fueron promesas incumplidas y terminaron en un corrida acelerada a dar un examen o para llegar al trabajo. Las 5:30 van acercándome más. A las 6:00 tendré que salir de acá, lo sé, no aguantará el reloj una tardanza más, se torna inevitable no abrazar a la almohada por última vez. Estiras el cuerpo, recoges el segundo heroico y sales de la cama. La mañana tiene un color extraño cuando sales de cama, opaco, grease, triste. Hace frío y los las 6:30, sigo mirando mi habitación moverse a la velocidad de una mañana, se acomoda mi ropa, mi corbata. El agua del baño se va preparando para mi llegada, mi cepillo ya tiene olor a menta. Todo se mueve, menos yo. Las primeras gotas en la ducha, son como las cachetadas que alguna vez te han tirado si es que andas algo desconcertado o mareado. Esas palmadas borrosas que te piden reaccionar. Cada gota fría te va despertando y alejando del calor inicial que tuviste en la cama. Te acuerdas la última vez que convidaste parte de tu cama, su calor y los movimientos que hacía mientras dormía. Son las 7:00 y ya te andas acomodando la cadena, digo la corbata, vas a velocidad de tardón y corres para no perder la costumbre. Son las 7:20 y tú estas sentado en el autobús compartiendo espacio y aire con los demás. Sientes un ligero acomodo, un recuerdo de tu mañana. Los ojos pierden de nuevo su firmeza y caes en un sueño interrumpido por cada paradero que se asemeja al tuyo. 8:20 llegas algo tarde como para no perder la costumbre. El Guardián te mira con la misma complicidad. Y te dice: Feliz día del trabajador. Le agradeces mientras sueltas una pequeña risa. Te das la vuelta. El día parece más bonito que de costumbre, es mejor caminar más lento, visitar a alguna vieja amiga y tomarse algo en el camino del regreso. Total hoy no vas a trabajar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario