Todos tenemos vicios, adicciones. Mi personalidad es adictiva, tengo muchos vicios. Mi vicio es carnal ver el objeto de deseo me genera la necesidad de tenerlo en mi cuarto y revolcarme en su aroma, en su sabor, devorando cada centímetro de su ser en bocados condenados, porque tengo un vicio prohibido y muy malo. En la calle lo ofrecen, hay de todo precio y dimensiones, algunas veces pruebo en rincones desconocidos, otras veces voy por referencias o por la maldita experiencia, que ya son años. El deseo me hace buscarte, pensarte, soñarte, buscando el espacio en mi rutina donde pueda satisfacer mi antojo y romper siempre la misma promesa de nunca más y esta es la última lo juro. He tratado muchas veces de huir, alejarme de tus llamas y reemplazarte con alternativas menos censurables, más hogareñas, pero un vicio es un vicio, y vuelvo a caer en tus garras, relamiéndome a escondidas tu sabor, intentando no darme cuenta de lo que hago.
Ayer intenté nuevamente dejarlo, pero el vicio se colaba en mis avenidas, ofreciéndose libremente en la calle, provocando a los transeúntes y colándose en mí retina. Las cuadras que camino hacia mi casa son una tortura, puedo verte, puedo olerte, puedo sentir tu sabor en mi boca con solo pasar a tu lado, ya no encuentro salida, porque un vicio es un vicio, y todos tenemos una adicción; no puedo ir contra la corriente, prefiero devorarte en el rincón más oscuro de la pollería, ahora si lo juro, mañana empiezo la dieta.
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