Tu mayor venganza fue mi culpa. Fue tan fácil asesinarte, que hasta sentí que te hacia bien, pero tu cuchillo era más grande que el mío. Yo te libere del sufrimiento, del frio, del hambre, de mí; y tu sonreías mientras te daba esa especie de eutanasia acelerada. Si por lo menos hubieras protestado, si me hubieras lanzado algún manotazo agónico mientras yo apretaba tu cuello; una cicatriz en el rostro seria menos dolorosa que el pedazo de alma que te llevaste en silencio.
Nunca subestimes el poder de la culpa, que me reclama la sonrisa y que roba el camino que debería seguir. No me dejes con la culpa que me hace sentir indigno de caminar, que busca excusas para cobrarse tu pena, como veneno administrado por gotero.
Quiero la culpa, la busco y la encuentro, le enseño mis sueños para que los devore en su infinita venganza, le marco mis puntos más débiles y recibo los golpes sin ganas de contestar. Me quedo con la culpa, aunque sea como morir contigo, es tu venganza y es mi forma de pedir perdón.
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