7 de noviembre de 2011

El cielo y el infierno

A la Mila.


En el cielo las calles son anchas, y están rodeadas de campos verdes sin fin. Hay muchos árboles y poca sombra por el placer de recibir directamente los rayos del sol en el pecho. El suelo es suave, las piedras no duelen, no hay pasos en falso y nadie jala de la cadena opresora.

En el infierno todo es oscuro, cada sombra amenaza el abismo o una recia pared fría. Se debe andar a tientas, confiar de los demás sentidos para alcanzar algunas gotas de agua o unas sobras de comida. Nadie parece escuchar tu llanto, todos los días son iguales, la rutina ofrece pocas salidas y el dolor se multiplica cuando en el vientre algo crece, algo que lastima.

En el paraíso la compañía llena las tardes y se juega hasta que el sol se oculta, los hermanos corren, mamá regala cariño y papá estrena una mirada de amor puro. Las nubes están al alcance y se ha derrocado a la tiranía del tiempo.

En el tártaro se está solo, no hay lazarillos ni señales de aviso, se aprende con cada golpe, se cae con cada enseñanza. El ruido confunde, las personas son ecos, reflejos de algo que se siente pero no se ve. Los días y las noches se mezclan bajo la capa de la oscuridad agresiva, que todo oculta, que con todo amenaza.

En el sueño no hay dolores, no hay quejidos, no hay motivos, no hay miedo. Despierto, el dolor nace en cada esquina, los colores que antes fueron confunden los sentidos debilitados por la vejez, se lucha pero se pierde siempre, cada batalla y siempre la guerra, donde espera la muerte, el sueño y el paraíso al fin.

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