Un día, los días. Despiertas. Otra vez, esclavo de un sol que te engaña y le da un falso olor a nuevo a la rutina que vienes actuando hace ya un año, cinco meses y diecisiete días. Es martes.
Mientras el agua termina por despertarte recuerdas que hace ocho meses que nadie más te ha visto desnudo, le buscas el lado positivo y te consuelas creyendo que es una ventaja por lo mucho que te ha crecido el abdomen. El agua aun esta fría.
Algún día aprenderás a hacerle nudo a las corbatas, mientras tanto sigues dependiendo de que el gusto de tu hermano coincida con el gusto de tu madre para escoger camisas. Algún día aprenderás a planchar.
Alistas las llaves, la billetera, el celular, las gafas, la bendición de tu madre, las facturas que le debes a tu padre, mientras el perro ciego intenta despedirse, y ruegas por que el reloj estuviese adelantado. Esa corbata no combina con esa camisa.
La mañana que aun no termina de abrirse, te deja esperando un bus no tan lleno donde puedas colarte aunque sea en las escalerillas de la puerta, y siempre te preguntas, ¿para que se molesta tu madre en lustrarte los zapatos si igual te lo van a pisotear una manada de oficinistas tardones y malhumorados, para que cuidar el saco si siempre se van a sentar encima las gordas amas de casas con sus bolsas vacías de mercado con inflación, o para que levantarse más temprano si siempre serás un tardón?.
“Es el día 532” te dices a ti mismo sin que nadie entienda porque cuentas los días que pasas en esa oficina, en ese cubículo, en esa silla giratoria, anatómica, ergonómica, autoregulable. Comienzan el engranaje del reloj, a veces tu jefa te grita por algo que hiciste hace un mes, la semana pasada, o pasado mañana, algunas otras veces te felicita y te dice que puede abrirse una vacante para ti, mejor mañana conversamos del tema, mañana, mañana, mañana.
Archivas, cuentas, sumas, suena el teléfono, la miras, niegas, rechazas, te enamoras, no contestas el teléfono, restas, respondes un e-mail, subes, desconectas tu teléfono, imprimes, la sigues mirando, revisas, reimprimes, tu jefe pregunta ¿Por qué no contestas el teléfono?, bajas, comes, te estiras, bostezas, suena el teléfono, te enamoras otra vez, inventas excusas, respondes reclamos, la miras de costado, estrenas errores, envías cartas que no dictas, que no firmas, ella descubre que la miras, coordinas algunos pendientes para mañana, acomodas la silla (giratoria, anatómica, ergonómica, autoregulable), ella te sonríe coqueta, terminas las sumas, olvidas las restas, abrevias las palabras, suena el teléfono, seis de la tarde, apagas todo, te despides escueto, suena el teléfono.
El viaje de regreso es similar al de salida, solo que más oscuro, regresas a estar tirado sobre la cama renegando por vez 532 de la oficina, cenas, ves un episodio repetido de un serie que acabo hace 8 años, al final ellos se casan. Hablas por teléfono, lees algún libro usado que compraste muy barato en una feria de la universidad, le faltan algunas hojas. Te duermes finalmente. Despiertas. Otra vez, esclavo de un sol que te engaña y le da un falso olor a nuevo a la rutina que vienes actuando hace ya un año, cinco meses y dieciocho días. Es miércoles.
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