Salida nocturna, muy acostumbrada, sin aviso ni nada, simple impulso de una sed enamorada. Con esperanzas de callar suspiros, pretensión de narrar nuevas caídas, las mismas de siempre solo que con envoltura y fecha distinta. Se camina y se confiesa, se fuma y se zampa en celebraciones antiquísimas, en malecones hundidos, en charlas sinceras de tristeza a flor de piel, de pena y adiós, de “carajo, otra vez me pasó”.
Hacen la crónica de una muerte repetida, en una noche fría de soledad, de análisis concienzudo, profundo, subjetivo. Con supuestos de sobra, y a quién le importa, con dejarle todo el trabajo al tiempo, a las vacaciones, a la distancia, a la esperanza de una ceguera copiada. Volviendo más tarde, con los minutos contados, narrando anécdotas y analizando otra vez. Partiendo, agradeciendo el espacio para la sinceridad, la no exigencia de buen humor, el lamento y, perdón por la tristeza.
Subo veloz al que quizás se mi ultima oportunidad de transporte, la hora avanzada me obliga a pagar más del importe, los borrachos me incomodan y me hacen extrañar que ahora no sea yo el que incomoda. Me recuesto en un asiento sin sentido, estrecho, grotesco, fofo; veo en las calles de Lima, el sábado y su crónica nocturna. Veo y detesto a las parejas que caminan abrazadas por un parque con nombre de presidente asesinado, disfruto con los que se pelean a jalones. Joder si a esta hora hay trafico en Larco, a las 6 de la tarde esto es una mierda; pero a las 3 de la mañana, esto es pura poesía, pura poesía bohemia.
La crónica se acaba y yo demasiado sobrio para contarla busco un cigarro en el cartón vació, busco bebida más allá de la noche. “A esta hora esta prohibido” me gritan con cautela. “No hay problema, de todas formas estoy jodido”.
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