9 de enero de 2017

Cinco minutos


¿Cuánto tiempo de una noche es realmente importante?, ¿Cuántos días de un mes valieron la pena despertarse?, ¿Cuántos años podemos decir que estuvimos realmente vivos? La fiesta fue tan larga anoche, mientras llegaban los invitados y brindábamos por mis 30 años parecía que solo nos habíamos juntado para tomarnos fotos y hacerlas públicas, excepto tú.  Y aunque no se me da muy bien lo de disimular, y nunca sabré si tu sonrisa al descubrirme mirándote es cómplice o nerviosa, podría recrear cada segundo que pasé a tu lado. El licor nunca juega a mi favor, y estoy seguro de que alguien debe haberme descubierto perdido en el arco de tus pies o en la manito que reposas sobre tus piernas mientras bebías pequeños sorbos de exquisitez.

La noche empezó lenta, rituales de rutina y conversaciones genéricas, hasta que tu llegada aceleró el reloj y yo sentía que competía por tu atención, que la quería en exclusiva, y aunque no quería incomodarte, quería también que me mires como yo te miraba, abstraída en el centro de una noche perpetua, desde el arco de tus pies y la manito sobre las piernas.

Es difícil desaparecer cuando todos te buscan y te están observando. Me dijeron tantas cosas que olvide al instante, el tiempo se malgasta en las manos de quienes no piensan lo que dicen. Pero tú no, cada palabra contó, cinco minutos y quince segundos que me regalaste en exclusiva, desde el primer momento sabía que sería cotidiano y asombroso, que podría escucharte hablar de cualquier tema, que todo lo que había dicho era un ensayo para ese momento, que con suerte podrías escucharme, que quizás el amor te podría encontrar incluso después de haberte casado.

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