Las noches
son tan frías, el viento se estrella salvajemente contra las ventanas, es
imposible no notarlo antes de dormir. Mi cobija esta vieja y agujereada, pero
me puedo envolver en ella. Las luces dejan de funcionar a las 11 de la noche
como en todos los barrios pobres de la ciudad, por eso ella trata de ver películas
cortas para no quedarse sin saber cómo van a terminar.
En las
mañanas hay que estar temprano antes de que la cisterna se quede sin agua, el
costo es altísimo pero es la única manera, ella sale temprano arrastrando su
balde más grande y me despierta. Con suerte regresa a tiempo para prepararse
algo de desayunar, sino comerá algo en el camino. A veces duerme en el viaje al
trabajo, otras se frota los brazos cansados de cargar agua a diario o se cubre
el pecho porque en la noche hizo mucho frio y maldice su pobreza sobre todas
las cosas.
Regresa
tarde y trata de ver cómo viven los demás en la tele, anhela decorar su casa
como en las películas, busca enamorarse como en las novela. Hasta que se apaga
la luz, y despierta a su realidad, deja el balde listo para la mañana, cierra
las ventanas sin dirigirme la mirada, por lo menos ya no le incomoda mi
presencia, desde que me regalo su vieja cobija entendí que ya no le molestaba
que durmiera en la calle bajo su ventana.
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