Andaba sentado mientras se
escuchaba el desfile de los grillos alrededor de aquella pileta. Yo me iba
desarenando, desagregando, mis manos se disolvían ante mi atónita mirada.
Quería gritar, escapar, pero era un poco tarde para cambiar todo eso. Me estaba
convirtiendo en migajas de mí y las primeras hormigas curiosas ya habían dado
con mi paradero. Mientras ellas marcaban el camino y se llevaban los primeros
trozos. Yo pude verla a lo lejos. Ella tenía la sonrisa de una chica de
diecisiete, caminaba como mujer de veintiocho, miraba como de cuarenta y dos.
En su silueta desfilaban 25 firmes años, en su voz se escuchaban algunos más.
Era indescifrable su verdadera edad, pero no importaba en esta instancia. Mi fe
movió infinidades de constelaciones, tapó los hoyos negros, logró expandir y
juntar el universo, volver a encaminar nuestra creación y sin embargo ella sigue
tan lejana a mí.
Quizás no se comprenda bien. Era
jueves ese día en que la conocí. Ella tenía grillitos en la garganta que
ocultaban el verdadero sonido de su voz. Era inevitable nuestro encuentro, era
inevitable porque yo la busqué, le hablé, le sonreí y fui capturando como una hormiga cada trocito que ella iba cediendo al hablar, cada expresión,
tiempo, sonrisas, querer...
Era inevitable y era jueves ese día. Yo andaba con un charanguito jugando a acariciar sus delgadas cuerdas, repetía las canciones en coplas más pequeñas, melodías más cortas, buscaba comprimir sonidos, dejar los caminos entre las cuerdas de este instrumento. Ella encontró esos caminos y bailo también, entre mis cuerdas, entre mis dedos. Tenía zapatillas azules con unicornios del mismo color, sus piernas se recorrían con gusto, su vientre tenía un reposo, sus senos los fui escalando, en su cuello me deje resbalar y en sus labios fui armando mi carpa con sabanas de sus parpados. Descubrí sus sueños, me encanté con ellos, descubrí sus miedos y me espanté también con ello. Es cierto no está ni remotamente tan cercana a mí. El invierno queda en el camino, yo me desmorono, me desagrego y sigo sin poder lograr volver a capturar lo que nos unió en otros tiempos.
Era inevitable y era jueves ese día. Yo andaba con un charanguito jugando a acariciar sus delgadas cuerdas, repetía las canciones en coplas más pequeñas, melodías más cortas, buscaba comprimir sonidos, dejar los caminos entre las cuerdas de este instrumento. Ella encontró esos caminos y bailo también, entre mis cuerdas, entre mis dedos. Tenía zapatillas azules con unicornios del mismo color, sus piernas se recorrían con gusto, su vientre tenía un reposo, sus senos los fui escalando, en su cuello me deje resbalar y en sus labios fui armando mi carpa con sabanas de sus parpados. Descubrí sus sueños, me encanté con ellos, descubrí sus miedos y me espanté también con ello. Es cierto no está ni remotamente tan cercana a mí. El invierno queda en el camino, yo me desmorono, me desagrego y sigo sin poder lograr volver a capturar lo que nos unió en otros tiempos.
Y tú qué sabes de mí, de los viejos
faroles, de las calles altas, de las ventanas abiertas esperando el viento que ya
ha pasado por los abandonos de las azoteas. ¿Qué sabes de mí? Sabes que a esta
altura no he aprendido a volar, a esta distancia no te puedo alcanzar. Acaso
has visto las lucecitas que escapan de los edificios sin temor a la neblina
acaparadora. Me ves que estoy en medio de la calle caminando desnudo, después
de haberte dejado casi todo en el cuarto contiguo. Disculpa si extravié tu risa
y confundí tu mirada, si éste vientre en el que reposo no es el tuyo, perdona
si esta noche de ventanas abiertas te sigo teniendo tan distante a mí. Es complicado
alcanzarte, quiero que lo sepas bien para cuando te animes a girar la mirada.
Es complicado alcanzarte si se están llevando migaja a migaja mi ser.
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