Sé que vienes con
el mismo disimulo de siempre, alegando la confianza en este tipo de amistades.
Sé que no buscas el amanecer mientras yacemos en la alcoba, que el pecado sabe
bien con tu sonrisa y mis besos van apaciguando cualquier culpa. Sabemos que no es
necesario exigir voluntades, que establecimos bien claro lo roles, acuerdos que
nos propicia la confianza y la complicidad de viejos amantes. Sabes que mi visita
es tan pasajera como la neblina a través de los faroles en pleno invierno y la
tuya tan fugaz como el tiempo que se nos discurre entre los deseos en plena nocturnidad. Sabes que
la pena no te consume cuando sales de casa con alguna mentira o abandonas a los
amigos con otra. Se compensa con esta noche de amantes en la otra cara de la
luna, en la oscuridad de nuestro escondite, bajo el abrigo de nuestros cuerpos,
junto al juego que inventamos o las travesuras en las que te envuelves sin
tapujos, sin pudores y que se apacigua con el deleite de nuestros cuerpos, la
complacencia de nuestros deseos, la realización de nuestra locuras. Te encanta saber que nadie te creería capaz de lo que haces por estos lares, con este acompañante y te encanta que discutamos como viejos camaradas, que nos
llenemos de carcajadas de grandes amigos, que nos sumemos a la élite de los progresistas
de máquinas y papeles y que al final de todo
lo vivido, nos despidamos como lo que siempre fuimos. Encantadores conocidos, que se saludan con disimulo cuando el día los ilumina.
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