Aún recuerdo, tus ojos negros, la primera sonrisa que amé y la mitad de un te quiero que me regalaste. Las ganas de correr hacia a ti, cuando el mundo recién empezaba a tener color y nos sentábamos todas las mañanas para aprender lo que no nos querían enseñar y jugábamos entre cosquillas y guiños de ojos, que quizás tú me querías como yo o que quizás yo te quería como tú, o quién sabe, quizás un día podría haber parado en la tienda de la esquina y comprado un poco de valor, para decirte que me mata el misterio por saber a qué sabe un beso tuyo, que quisiera respirar del viento que se cuela por tu falda , que me gustaría pasar todo el recreo envuelto en tu cabello.
Aún recuerdo, cuando no sabíamos de que hablar, cuando temblábamos de frio al final de las clases, y tu esperabas que yo diga eso, pero se me habían gastado las palabras de tanto repetirlas frente al espejo, y no podía más que dibujar una sonrisa como excusa y tú te ibas entre triste y esperanzada en que quizás mañana, quizás mañana… Hasta que una noche despertamos y descubrimos que las oportunidades a veces son de arena y se escapan lentamente entre los dedos y no hay como volver y decir las palabras que se nos caen de la boca por lo urgentes, ni hay como pedirle a la vida que se detenga por un momento, por lo menos lo suficiente para un beso. Y los dados giraron para separarnos, o elegimos mal las cartas y esperábamos olvidarnos o quizás tú si lo conseguiste y aunque a veces ya no nos acordemos o finjamos que no nos vimos, y a pesar de que aprendimos a amar a otras personas, mientras la noche copie el negro de tus ojos, yo seguiré deshojándole margaritas a tu sombra.
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