¿Cuánto
tiempo de una noche es realmente importante?, ¿Cuántos días de un mes valieron
la pena despertarse?, ¿Cuántos años podemos decir que estuvimos realmente
vivos? La fiesta fue tan larga anoche, mientras llegaban los invitados y
brindábamos por mis 30 años parecía que solo nos habíamos juntado para tomarnos
fotos y hacerlas públicas, excepto tú. Y
aunque no se me da muy bien lo de disimular, y nunca sabré si tu sonrisa al
descubrirme mirándote es cómplice o nerviosa, podría recrear cada segundo que
pasé a tu lado. El licor nunca juega a mi favor, y estoy seguro de que alguien
debe haberme descubierto perdido en el arco de tus pies o en la manito que
reposas sobre tus piernas mientras bebías pequeños sorbos de exquisitez.
La noche
empezó lenta, rituales de rutina y conversaciones genéricas, hasta que tu
llegada aceleró el reloj y yo sentía que competía por tu atención, que la
quería en exclusiva, y aunque no quería incomodarte, quería también que me
mires como yo te miraba, abstraída en el centro de una noche perpetua, desde el
arco de tus pies y la manito sobre las piernas.
Es difícil
desaparecer cuando todos te buscan y te están observando. Me dijeron tantas
cosas que olvide al instante, el tiempo se malgasta en las manos de quienes no
piensan lo que dicen. Pero tú no, cada palabra contó, cinco minutos y quince
segundos que me regalaste en exclusiva, desde el primer momento sabía que sería
cotidiano y asombroso, que podría escucharte hablar de cualquier tema, que todo
lo que había dicho era un ensayo para ese momento, que con suerte podrías
escucharme, que quizás el amor te podría encontrar incluso después de haberte casado.