24 de diciembre de 2014

23/12/2014 23:59



Aunque no lo crean, yo estoy despierto. A pesar del respirador artificial y todas las demás maquinas, mis ojos tienen todavía esa firmeza de quien sabe qué es lo que está viendo y es, para bien o para mal, consciente de todo lo que le está pasando. Y puedo escucharlos, y puedo sentir en su voz la pena enorme que los embarga cuando vienen a verme, y me duele más saber que no puedo consolarlos, que mañana es navidad y que no podré recibirlos como siempre en mi mesa. 

Nunca he sido un pesimista, he huido de la muerte sin temerle, y estoy dispuesto a gastar toda mi fortuna en este tratamiento. Ayer intente levantarme, pero todas las alarmas sonaron y un batallón de enfermeros se encargó de regresarme a esta situación "estable".

Solo hay dos opciones para alguien en esta condición, esperar pasivamente el final en mi propia cama o luchar en el quirófano una vez más contra la naturaleza. El mayor de mis hijos me entiende, conoce mi carácter y sabe lo que yo hubiera dicho. No importa la fecha, si mañana es noche buena o si es bajísima la probabilidad de éxito. 

Son las 23:59 del 23 de diciembre de 2014, el doctor repite que ir contra los números en medicina es dificíl, mi hijo sabe que estoy donde quiero estar, que no importa la factura ni el momento, que mientras este consciente voy a seguir luchando, puede que esta no sea mi última batalla.

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