Aunque no lo crean, yo estoy despierto. A pesar del
respirador artificial y todas las demás maquinas, mis ojos tienen todavía esa firmeza
de quien sabe qué es lo que está viendo y es, para bien o para mal, consciente
de todo lo que le está pasando. Y puedo escucharlos, y puedo sentir en su voz
la pena enorme que los embarga cuando vienen a verme, y me duele más saber que
no puedo consolarlos, que mañana es navidad y que no podré recibirlos como
siempre en mi mesa.
Nunca he sido un pesimista, he huido de la muerte sin
temerle, y estoy dispuesto a gastar toda mi fortuna en este tratamiento. Ayer
intente levantarme, pero todas las alarmas sonaron y un batallón de enfermeros
se encargó de regresarme a esta situación "estable".
Solo hay dos opciones para alguien en esta condición,
esperar pasivamente el final en mi propia cama o luchar en el quirófano una vez más contra la naturaleza. El mayor de mis hijos me entiende, conoce mi carácter
y sabe lo que yo hubiera dicho. No importa la fecha, si mañana es noche buena o
si es bajísima la probabilidad de éxito.
Son las 23:59 del 23 de diciembre de 2014, el doctor repite
que ir contra los números en medicina es dificíl, mi hijo sabe que estoy donde
quiero estar, que no importa la factura ni el momento, que mientras este consciente
voy a seguir luchando, puede que esta no sea mi última batalla.