30 de agosto de 2013

Ella se casó



Yo tenía tantas ganas de decirlo, ella se casó y todos estábamos reunidos celebrando el evento, alrededor de una mesa blanca después de tantos años, después de tantas cosas. Como siempre, éramos más hombres que mujeres, las mujeres guapas siempre tienen más amigos que amigas, y nadie se quiso perder el momento en el que por fin la mujer que se había declarado inmune al amor habría de casarse.
Hubieron tantas ocasiones para decirlo, cuando me percaté por primera vez del anillo nuevo que envolvía su dedo, cuando me entrego la invitación para su boda (que era importante, que no me olvide, que por el amor de dios no llegue tarde), cuando la vi entrar a la iglesia del brazo de su padre, y sobre todo cuando el párroco dijo aquello de “Si alguien conoce algún impedimento para esta unión, que hable ahora o calle para siempre”, pero ella siempre odio los espectáculos así que preferí callarme y continuar con mi larga agonía nupcial.Tuve ganas de interrumpir los escuetos discursos que se dieron por la nueva y oficial pareja de esposos, hasta ya tenía escogida mi frase inicial, el tono de mi voz y la velocidad con la que mis palabras contarían todo esto que llevo tanto tiempo escondido de ella, de nuestro grupo de amigos, y hasta de mí mismo.

Yo tenía tantas ganas de decirlo, y cuando había decidido que sería ahí, en esa mesa, llena de nuestros amigos, que contaría como me pase todos estos años enamorado de ella, sin decirle nada, sin insinuarle nada, sin siquiera guiñarle un ojo; el chato me interrumpió, confeso su amor por ella y rompió en llanto. Nadie dijo nada, ni siquiera se escuchaba la música que bailaban los demás invitados, uno a uno, los amigos nos fuimos acercando a él para abrazarlo y consolarlo, quizás también para agradecerle, que se haya inmolado por nosotros, para que a través de su llanto sufrieras también todos, porque nos la estaban quitando, porque ella se había casado.

5 de agosto de 2013

Cualquier borracho



Esta debe ser la tarde más fría de todo el invierno. Nunca había sentido este dolor en los huesos ni esta humedad en toda la piel, nunca había visto el cielo de este color, tan gris, tan muerto. Tal vez empiece a llover o quizás comience a correr mucho viento, ya no se sabe que esperar de este clima limeño; sin embargo, hace tanto frio que se me hace muy difícil moverme, prefiero quedarme acurrucado así, evitando que se escape cualquier resto de calor, evitando que entre mucho más frio. 

La noche aún está a un par de horas de distancia, todavía me queda tiempo para seguir observando esta ciudad bajo la luz del invierno, una luz deprimente que se combina con la manchas de barro y los charcos que olvido la lluvia de anoche, las mismas escenas de todos los años, las que alguna vez llenamos y las que siempre quiero recordar.

Puede ser tu ausencia la causante del frio, puede ser mi sentimiento de culpa; tú no te fuiste, yo te perdí, por mis extrañas manías y mi rechazo a ceder ante ti, por pensar siempre en cosas raras como en el frio y las manchas de barro, por satisfacer mi gusto por lo subterráneo en los bares más asquerosos de la ciudad sin preocuparme por las consecuencias, sin escuchar tus advertencias. Puede ser, y seguro te sigo perdiendo un poco más todos los días, como esta tarde que es la más fría de todo el invierno, sobre todo si la vez desde una acera desconocida, desnudo y sin un centavo, despertando de un asalto, víctima de un taxista maldito que se aprovechó de cualquier borracho.