Encontré whisky cuando buscaba té,
Como encontrar dinero en los bolsillos de un pantalón que olvide hace tiempo,
Como levantarme con una resaca insoportable y la chica más guapa de la fiesta a mi costado,
Como sentarse sobre un celular último modelo en el taxi de regreso a casa
Como contestar el teléfono y encontrarte al otro lado de la línea.
Encontré hielo cuando buscaba azúcar,
Como encontrar el deseado ascenso en una reunión de puntualidad,
Como sacar 20 en un sustitutorio,
Como colarse desde Tribuna hasta Platinum,
Como encenderlo un cigarro a Sabina en un bar.
Ahora, si me traen una botella de guaraná,
Unas cerezas para algún experimento de barman,
Dos o tres cajetillas de Lucky Strike,
Y sobre todo si los traes tú,
Podremos olvidar que la noche está perdida y soñolienta
Que el plan era dormirse entre sollozos y lamentaciones,
Que no te has ido, que no hubo despedida esta mañana.
25 de septiembre de 2010
19 de septiembre de 2010
El cielo es el límite
Se trata de reirse un poco de si mismo
Ya es el momento, quizás por fin sea hora de actuar, ponerme mi mejor camisa y decir “señor deme un par de huevos por favor, que me hacen falta”. Quizás ya llegó el reloj a mi hora, y es el tiempo propicio para la caminata en ascenso hacia otro cielo por encima del techo bajo el que me encerré; quizás, madre mía, no sea más un manojo de promesas sin cumplir; quizás, amigos míos, les de los empleos que les prometí al terminar la secundaría, quizás, mi amor, nuestro hijo pueda nacer en una clínica de París, y llamarse en francés con apellido piurano, o quizás hasta eso se podría mejorar con algunos ceros más en la cuenta bancaria. Quién sabe, tal vez solo basta con que desempolve algunas buenas costumbres, saque un hambre nuevo e insaciable por más y más, como un inversionista en la cresta de la ola, quizás coja esos huevos que me compré y pida un mejor sueldo, o mejor un ascenso, eso es, un ascenso, yo no estoy hecho para mi presente, yo no pasé lo que pasé para pelearme por tu parachoque, yo no me amanecía econométricamente para rebajarte la factura por tu llanta de repuesto, yo no estudié cálculo dinámico para armar las cajas del archivo (primero el fondo, después la tapa), yo no estoy con mi título aun brilloso para que me digas “hijito”, “Giancito”, “niño”, “ey tú trae eso para acá”, yo no quiero que me den la peor computadora de la oficina, yo no estoy para quemar mis días resolviendo los errores de conductores suicidas, yo no quiero vivir nadando entre autitos chocadores, ya no quiero saber cómo llegó eso a tu parabrisas, yo no estoy para evaluar choques de autos, yo quiero más, yo quiero llegar más alto, el cielo es el límite, merezco soñar más alto, pasar el techo falso de mi oficina, quiero llegar más alto, ya no quiero trabajar en seguro de autos, ahora mejor voy a trabajar en seguro de aviones.
6 de septiembre de 2010
Volver
Todas las calles guardan un secreto, sobre todo las calles donde crecí, aprendí y olvidé las cosas que me quisieron enseñar, como mis viejas callecitas de la adolescencia donde alguna vez terminé mal una pelea o el portón de la fábrica donde fallé tantos goles imposibles. Todos los caminos se vuelven a pisar dos veces en la vida, ya sea por voluntad propia o por algún pretexto perdido en las excusas de la rutina que hoy me hacen volver. Todas mis calles guardan un dolor, como el umbral de su puerta, por donde pasaba cada mañana para esperarla salir con el cabello castaño recién bañado y su falda a cuadros muy pequeña, mientras yo ensayaba una mueca de casualidad para su umbral y trataba de convencerla todo los días de que teníamos el mismo destino, que ibamos a la misma escuela, y que no me molestaba desviarme 30 minutos diarios de mi ruta para pasar a la misma coincidente hora por su casa.
Hay algunas canciones que le recuerdan rutas a nuestros pies, como ese Volver de Gardel, y no fue apropósito lo juró, fue culpa de mi reproductor musical, y ya luego no pude evitarlo, bajarme en ese viejo paradero donde antes solía leer los encabezados sin comprar nada, pasar por la nueva fachada de mi antiguo hogar, revisar los escondites infalibles a la hora del juego, buscar algún rastro de mi rayuela en la acera. Seguir directo mi camino ritual hasta su casa, mirar de reojo la silla donde la espere, entrar a la panadería desde donde vigilaba que se abriera su puerta y saliera para dejarme acompañarla en ese camino edénico y tartamudo que duraba algunas horas para mi, algunos minutos para ella, donde quizás algún día me atrevía más y fingía tropezarme torpemente para caer a su costado, o inventaba que tenía algo en el cabello para poder desenredar un rayo de sol matutino que se le había quedado prendido en un costado. O la esquina donde quizás se me ocurrió invitarla por primera vez al cine con mis propinas de escolar, o la curva donde quedó escondido mi miedo a morir desangrado en sus pies diciéndole que solo vivía para ella, para acompañarla en las mañanas y soñar todas las noches planeando el día siguiente.
Así los vientos de otros tiempos mejores cambiaron nuestros rumbos, hasta que esa canción me trajo hasta aquí, por aquello de volver, y entre que compraba una empanada de esas que comía de joven cuando se tardaba en salir, la canción de Gardel en mis oídos seguía sonando y quizás tenía razón, y tal vez veinte años no son nada, y podría demostrarle a la vendedora que me había reconocido con lástima que no es tan malo vivir con el alma atrapa en un recuerdo, y que ya no tengo miedo del encuentro, que ya no quiero torturarme todas las noches con futuros inventados y castaños, quizás, quizás aun hay esperanzas, a menos que no sea su sobrino el bebe que lleva en brazos por esa calle que va camino a la escuela.
Hay algunas canciones que le recuerdan rutas a nuestros pies, como ese Volver de Gardel, y no fue apropósito lo juró, fue culpa de mi reproductor musical, y ya luego no pude evitarlo, bajarme en ese viejo paradero donde antes solía leer los encabezados sin comprar nada, pasar por la nueva fachada de mi antiguo hogar, revisar los escondites infalibles a la hora del juego, buscar algún rastro de mi rayuela en la acera. Seguir directo mi camino ritual hasta su casa, mirar de reojo la silla donde la espere, entrar a la panadería desde donde vigilaba que se abriera su puerta y saliera para dejarme acompañarla en ese camino edénico y tartamudo que duraba algunas horas para mi, algunos minutos para ella, donde quizás algún día me atrevía más y fingía tropezarme torpemente para caer a su costado, o inventaba que tenía algo en el cabello para poder desenredar un rayo de sol matutino que se le había quedado prendido en un costado. O la esquina donde quizás se me ocurrió invitarla por primera vez al cine con mis propinas de escolar, o la curva donde quedó escondido mi miedo a morir desangrado en sus pies diciéndole que solo vivía para ella, para acompañarla en las mañanas y soñar todas las noches planeando el día siguiente.
Así los vientos de otros tiempos mejores cambiaron nuestros rumbos, hasta que esa canción me trajo hasta aquí, por aquello de volver, y entre que compraba una empanada de esas que comía de joven cuando se tardaba en salir, la canción de Gardel en mis oídos seguía sonando y quizás tenía razón, y tal vez veinte años no son nada, y podría demostrarle a la vendedora que me había reconocido con lástima que no es tan malo vivir con el alma atrapa en un recuerdo, y que ya no tengo miedo del encuentro, que ya no quiero torturarme todas las noches con futuros inventados y castaños, quizás, quizás aun hay esperanzas, a menos que no sea su sobrino el bebe que lleva en brazos por esa calle que va camino a la escuela.
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