22 de enero de 2010

Mañana

Hay ganas de volver a las noches eternas, de enmarcar a la luna para siempre en la ventana, de brindar con el viento que mezcla el sueño de los durmientes, de pesar en balanzas de oro las esperanzas de mis padres, de bajar los brazos, ganas de no tener futuro.

Ganas de embriagarme con el folklore de Latinoamérica, con el Tango, con Rancheras y con el vals del puente a la alameda. Ganas de mirar tu reflejo en los cristales, de dibujarte con palabras gastadas que se van enredando en tu cabello, y escribirle de perfil a tu nariz mientras respiras mis miradas y las devuelves asesina. Hay ganas de recuerdos, de tus manos, de sus labios, de tu pelo, de su adiós, de fumarme hasta la última estrella, ganas de ser la primera noche sin mañana que espera.

Hay ganas de evitarse luchas necesarias, de huirle a la oficina, a las ciencias, a las flechas hacia arriba, ganas de quietud, de ritmos lentos y cansados, de destinos sin viajes. Hay ganas de ignorar noticias de la calle, de pasar desapercibido en un pestañeo del sistema, de dejar hacer a la gravedad su trabajo, ganas de no tener futuro, ganas de ser la primera noche sin mañana que espera.

10 de enero de 2010

Se acabó

Llegó la hora en que te cuestan los errores de otros y algo tan simple como un visto, ni si quiera una firma, sólo un visto, tu sello mal puesto, y una estupidez de tu compañera, cierra el ciclo y rompe las cadenas de Prometeo, dejándolo herido de muerte en el desierto del 2010, a la vera de otros buitres que le van siguiendo los pasos. Llegó la hora en que te citan para una última palabra, ese día frente al pelotón de fusilamiento, Giancarlo Távara habría de recordar la mañana en que firmó un contrato en la misma oficina donde ahora lo estaban renunciando. A patadas le han regalado a mi alma su libertad, a mis bolsillos angustia, a los lápices motivos y a la nostalgia excusas; por fin te acabaron muchacho, un ciclo que nunca te atreviste a acabar. Y luego los abrazos, los mejores deseos, las lamentaciones, maldita la suerte, maldito su descuido, es el destino que a veces se disfraza de lagrima para mostrarnos el verdadero camino.

Y llovía mucho corazón, y tampoco había tantas ganas de vivir, más bien de ausentarse, de llegar tarde por última vez, de inventar la excusa final; total, la carta ya estaba redactada, solo faltaba mi firma, un mero procedimiento, solo faltaba que te regodees en mi cadáver y yo inseguro de que mueca debía mostrar. Y fue un viernes que no esperabas empiece así, un viernes con diluvio universal, más gris de lo acostumbrado, con olor a naftalina, con la piel acartonada, ojeroso, cansado, un viernes fatalista, fácilmente un viernes 13.

Y vuelven las mentiras mentirosas de madrugada, los libros de arena infinita, las vueltas al espacio desde un bar, mi etiqueta negra de regalo, mi melancolía a lo Sabina, cruzar las autopistas con los ojos cerrados, caminar por la acera disfrazado de avestruz, mirar al cielo para pedir explicaciones con favores, pararse frente al abismo con ganas de dejarse ir y paf se acabó.

Por las noches en mi almohada ya no sé si me has dejado al borde de la banca rota, o si me adelantaste el regalo de cumpleaños, solo sé que las cosas acaban, que a veces el azar es más fuerte que la voluntad, que la vida te empuja cuando no quieres saltar, que por su boca no muere siempre el pez, que el agua pasa sin retorno por el río, que no volveré a ser caja 3, que ese dinero nunca fue mío.