Por las noches, más o menos a estas horas, San Isidro deja de ser
ese gran centro de negocios ruidoso y caótico para pasar a ser esta especie de
pueblo fantasma donde a nadie le interesa si falta un poco de iluminación o si
hace mucho frio en las esquinas, donde solo ves sombras que salen de los
edificios y abordan presurosos todos los taxis de la avenida tratando de huir
lo más rápido posible de este lugar.
Por las mañanas, y también por las tardes, San Isidro es un desfile
de gente estresada, oficinistas apurados y muchachas bien vestidas que cruzan
por las avenidas y trepan en ascensores siempre retrasados. Todos viven
sumergidos en sus asuntos, sin poder apreciar lo que pasa a su alrededor,
atraviesan hermosos parques sin dedicarle una mirada a los árboles, a lo héroes
que descansan en los altares, a las bancas en donde podría nacer algún amor, o
a los columpios y subibajas que solo sirven de adorno en la mañana. Se la pasan
totalmente estresados, ignorando a los canillitas, limpiabotas, los kioscos y a
otros empleados igual que ellos. Sienten que su oficina es el centro del
universo cuando es solo un cubo más a la derecha de la Avenida Javier Prado.
Por las noches, más o menos a estas horas, los parques de San Isidro
son invadidos por pequeñas siluetas oscuras que dan vida a los juegos que
permanecían inertes por las tardes. Se ríen y tropiezan camuflados en la
oscuridad, son los mismos individuos que en la mañana juegan a ser canillitas,
limpiabotas o vendedores de golosinas, ellos se adueñan de los parques que
nadie quiere usar mientras de algún edificio alguien se sumerge presuroso en un
taxi porque se le hace tarde para cenar.
Hace algunos meses, casi un año, yo cumplí 18 y siguiendo la
costumbre familiar emprendí la tarea de buscar trabajo. Me contrataron en una
oficina que nunca entendí a que se dedicaba realmente, pase los primeros días
aprendiendo mis actividades y luego varios bajo las ordenes de como 20
personas. La rutina terminó por asfixiarme, el reloj era mi verdugo y el ritmo
de los días y las noches consumía mis ganas de seguir trabajando. Las jornadas
se hicieron más largas y cada vez salía más tarde, poco a poco me iba atrayendo
más la noche de San Isidro, la dinámica de los parques y la aparición de los niños
al final del día.
Hace unas semanas, quizás meses, decidí vivir de noche lo que no
vivía de día, mi mayoría de edad y superioridad física me permitieron al
principio imponer pequeñas ordenes al resto de los habitantes nocturnos, que
juegos jugar y la composición de los equipos; podía variar las reglas a mi
conveniencia y si alguno protestaba basta un golpe certero para mantener mi
voluntad. Poco a poco mis órdenes se fueron haciendo más drásticas y aunque la
oposición de los demás crecía, con la fuerza de mi lado siempre podía salirme
con la mía.
Hace algunos días, quizás semanas, logré convertirme en el amo y
señor de este parque, sin embargo también apareció la amenaza externa, los
reyes de otros parques ambicionaban poner sus manos sobre mis dominios y el
conflicto se volvió inminente.
Hoy ha llegado el momento de defender mi soberanía y ampliar mis
dominios, en la noche venceré y me alzaré como el Rey de los parques de San
Isidro, de las noches que a nadie le importan, de esas que nadie puede ver, de
las que todos huyen presurosos por tanta mala rutina, mal hábito, mala
soberanía del lugar.