Tú siempre estabas ahí. Inalcanzable y bella, recibiendo a
todos los clientes con esa sonrisa eterna que me hacía volver todas las noches
solo para verte e intentar decirte algo sin que suene tan estúpido, sin que
logre incomodarte. Fue tan fuerte el eco de tu imagen en mi alma, que decidí
buscar trabajo en el lugar donde tú estabas, falsifiqué algunos documentos y
pude pasar más tiempo contigo. Fue fácil trabajar a tu lado, aunque el negocio
no me interesaba y la rutina era insoportablemente aburrida, tu compañía era lo
único que yo buscaba, me gustaba recorrer lentamente con la vista tu cuello
largo y blanco, soñar con el sabor de tus labios y tratar de adivinar como se sentiría
tu cabello cuando lo tuviera entre mis manos. Me convertí en un free rider de
tu sonrisa, beneficiándome gratuitamente de ese gesto inacabable con el que recibías
a todos los clientes y con el que me despedías cada noche cuando terminaba mi
turno.
Un día en que las cosas estaban muy raras en él trabajo, los
jefes (que siempre eran demasiados) comentaban sobre las remodelaciones y
cambios que harían en las próximas semanas, nada de eso me importaba hasta que
escuché que planeaban deshacerse de ti, cambiarte por algo más novedoso y que
atrajera más clientela. Ya que a nadie más le importabas, decidí llevarte
conmigo, privatizar tu sonrisa en mi alcoba y gozar de ella cuantas veces quiera
al día. Nadie se percató de tu ausencia, tampoco objetaron mucho cuando
renuncié, sospecho que de alguna forma entendieron que era mejor dejarnos solos para buscar la felicidad en este cuarto del que ya no quiero salir, en el que puedo
estar contigo, perdido siempre en tu sonrisa infinita, que cuelga de mi pared,
publicitando lentes que pasaron de moda hace muchos años.